domingo, 29 de marzo de 2015

ALASKA: CON FALDAS Y A LO LOCO

Debía rondar el año 1980 cuando la Iditarod saltó en las noticias nacionales por motivos nada relacionados con lo deportivo, sólo recuerdo a la persona que motivó la noticia. Años más tarde, casi cerrando el siglo pasado, cae en mis manos una revista especializada de ciclismo de montaña y la Iditarod volvía a mi cabeza para quedarse. Dormida la idea por muchos años, acabó por despertar y buscar el momento propicio.
¿Y qué es la Iditarod? Pues originariamente es una carrera de mushing, de trineos tirados por perros, que cubre una distancia de 1000 millas por tierras de Alaska, de este a oeste. Esa prueba veterana donde las halla, parió años más tarde de su origen, otras modalidades de igual distancia y más cortas en bici, y luego a pie o en esquís: La Iditarod Trail Invitational. En este caso, en nuestro caso, 350 millas (teóricas) por la nieve del territorio americano más al norte conocido, a pie y en condiciones (supuestas) de frío extremo. Tales características han llevado a calificar a la prueba (sea de trineo con perro, en bici o a pie) como la más larga y dura ultramaratón invernal del mundo.
Pues ahí llegamos (Susana y Sergio), tras una comprimida experiencia en pruebas invernales. Para poder formar parte de los 50 seleccionados por la organización (de entre todas las peticiones realizadas por quienes queremos participar por primera vez, que supongo no serán muchas más), es necesario enviar el currículum deportivo, de manera que la dirección de la carrera determinará si te acepta como rookie (novato). Y, al parecer, nuestra experiencia era suficiente para intentarlo.
Si quieres ir rápido, camina solo. Si quieres llegar lejos, ve acompañado.
Iditarod Trail Invitational: una prueba con el adjetivo de ser la más dura del mundo de su categoría. La organización advierte que es difícil acabarla en el primer intento (dependiendo, principalmente, de las condiciones meteorológicas y de la experiencia previa). Y cumple sus labores administrativas y las logísticas con suficiencia (en el sentido estricto). Desde el punto de vista logístico, el traslado de material y personal es más complicado de lo que parece, pues puede llevar varios días en moto de nieve o requerir de una avioneta. El resto de cuestiones que le dan la personalidad que tiene a la prueba, se deben, en mi opinión, a la concepción de la misma por parte de la dirección de carrera.

Les paso a relatar las peculiaridades de una prueba de este estilo.
En uno de tantos lagos
La prueba tiene una salida, unos puntos de paso obligatorio y una meta, el recorrido entre esos puntos es completamente libre, aun con ello, la organización estima que son unas 350 millas, que siguiendo la ruta “tradicional” y comparando los tracks de los GPS de otros participantes no salen muchas más de 310 (en cualquier caso son 500 km, más que suficientes…). La señalización se limita a algunos carteles cerca de algunos check points –CP- y poco más, es necesario recurrir a la señalización de la Iditrod de la prueba canina, a la de la Irondog, la prueba de motos de nieve que discurre por muchos tramos comunes, y a las huellas de todos los participantes que van delante (sobre todo bicicletas, que con sus 4,5 pulgadas dejan una clara serpentina de tacos…siempre que no nieve tras su paso).

La temperatura habitual en esta época del año debería estar alrededor de los -30ºC y los -40ºC; curiosamente tanto este año como el pasado han sido años “templados” (“too warm”, que dicen por allí). Durante nuestros días en la prueba las temperaturas habituales permanecieron entre  los 0ºC y los -20ºC, reservando las mínimas anteriormente comentadas para las dos últimas jornadas.

CP3: Winter Lake Lodge en Finger Lake

Para poder realizar el recorrido es conveniente llevar encima el material necesario (ropa, vivac, agua, etc.) y se dispone de casi 11 días para completarlo, existiendo tiempos de corte en tres controles de paso.
Existen ocho CP, en cinco de ellos la inscripción da derecho a comida, agua y alojamiento. La distancia entre zonas de avituallamiento (oficiales y no oficiales) va desde los 50 km, hasta los 120 km, por lo que en ocasiones son varias las jornadas en las que se está en autosuficiencia absoluta.

Este año, y por primera vez en la historia de la prueba, se permitió llevar un sistema de seguimiento GPS (un emisor de señal de posición) a quien contratara el servicio. Hasta el momento solo se permitían teléfonos satelitales o una radiobaliza para casos de emergencia. La organización parece omitir el tema de responsabilidades salvo la que asume cada uno respecto a su supervivencia.
Dicho esto, ahora toca diseñarse la prueba deportiva. Opción uno, probablemente la más elegida: ir ligero, con el equipo básico y mucho dinero encima para ir pagando todos los extras en donde se pueda (en los cinco oficiales y tres no oficiales al menos), eso supone llevar poco más de 10 kg de peso más lo que lleve uno en cash (que si lo lleva en moneda debe pesar también lo suyo). Opción dos: ir ligero, con algo más de material (probablemente más equipo de vivaqueo y cocina para hacer de comer y derretir nieve para hacer agua) y disponer de dos bultos de unos 5 kg en la milla 130 y en la 200 (los bultos los ha enviado cada uno previamente a la organización con comida, pilas, calentadores y cosas del estilo, y la organización los traslada hasta esos CP). Y opción tres: llevarlo todo encima y contar con lo que te den en los avituallamientos oficiales (un plato de comida, un lugar en donde dormir y secar la ropa, agua, café y poco más….que es mucho más de lo que parece).
Un día de playa
Nosotros nos decantamos por la última opción, lo que suponía presentarnos con un peso en salida de alrededor de 35 kg. Además, optamos por no llevar GPS para la navegación pues las personas a las que consultamos nos habían dicho que no era necesario, ni tampoco teléfono satelital ni radiobaliza ¡Ah!, me olvidé de decir que la carga se transporta principalmente en un trineo que va asido a la cintura a través de unos tubos y un arnés, y una mochila. Estas opciones son las “planificables” (con mayor o menor acierto). Así que aquí marcamos una diferencia notable con el resto del pelotón, pues éramos los únicos en ser completamente autosuficientes. Esto significaba cargar con comida (liofilizada, frutos secos, chocolate, muesli, leche en polvo, queso, embutido,...), ropa, raquetas de nieve, clavos, útiles de cocina, combustible, calentadores, bastones, saco, esterilla, funda vivac. Finalmente acabamos como “unofficial finishers” casi al final de la tabla, pues hicimos todo el recorrido, saltándonos el desvío hacia un check point de paso obligado con registro de firma (y lo peor de todo es que nos enteramos que servían los mejores perritos calientes de la zona).
Dentro de los aspectos que pueden marcar gran diferencia, y afortunadamente no es “seleccionable”, está la meteorología. Y el lugar en el grupo de corredores. La organización “abre” el camino con varias motos de nieve, comenzando las labores semanas antes y volviendo a pasar justo antes de la salida de la prueba, de manera que los que vayan en cabeza encontrarán el camino casi siempre practicable. A medida que te descuelgas de la cabeza, las probabilidades de cambio meteorológico aumentan (solo por las horas de diferencia), de manera que si entre la cabeza y el grupo en el que estás cae una nevada, las condiciones del trazado se modifican notablemente (de hecho vimos a varios ciclistas hacia Nome – 1000 millas – retirarse por haber caído una nevada de hasta un metro de nieve que les retrasaba en el avance más de lo deseado).
Aprovechando el tiempo
Imagínense entonces, dos canarios, cargados como mulas y casi cerrando el pelotón….un poema.
Pues allí nos presentamos, combinando una odisea de aviones, aduanas y sus trámites (fotos y huellas dactilares registrados), controles de seguridad de aeropuertos y un sinfín de colas para casi todo. Tras una temporada algo más dispersa de lo deseada, de preparación, información, formación y entrenamientos para frío extremo en calor templado…estábamos en Anchorage.
Al poco de llegar, nos recibe Dª Anne Ver Hoef, alasqueña, con experiencia sobrada en la ITI, mujer con la que habíamos contactado vía mail en varias ocasiones, meses antes, para asesorarnos. Su disposición desde el primer correo fue total. Gracias a ella resolvimos las compras del material pendiente (algo de comida, combustible, etc), además puso a nuestra disposición todo su arsenal de equipamiento para estas lides y todo su conocimiento y apoyo. Un encanto de persona.
Una hora entes de la salida, una hamburguesa en un bareto a orillas del lago Knik, conteniendo los nervios engendrados en unas pocas dudas, pocas pero intensas. El frío y sus consecuencias. La distancia no preocupaba, la carga tampoco.
Comienza la andadura. Dos de la tarde,en ese mismo momento, encaminamos nuestros pasos tras el grupo de participantes a pie, hasta que el grupo acabó por dispersarse y conectamos el modo sabueso, que no desactivaríamos hasta el mismo final de la prueba, en busca de huellas. La noche llegaba a eso de las siete y media (y amanecía unas doce horas después), tras avanzar a buen ritmo de caminata, y tras alguna pérdida corregida a tiempo en colaboración con otros tres participantes más, llegamos a “Dead wall” (una bajada empinada de unos tres o cuatro metros antes del río, que suponemos que para los de bici o trineos debe suponer un buen susto si no se ve a tiempo; para nosotros fue más un “sleeping wall”) y vivaqueamos antes de bajar (dormir sobre el lecho de los ríos no es aconsejable, pues estaríamos durmiendo sobre una placa gruesa de hielo que no haría otra cosa que robarnos calor a mucha velocidad), la zona estaba concurrida de participantes, unos salían al llegar nosotros, otros dormían aún y otros llegarían mientras preparábamos la cena. La puesta en marcha de una rutina que se repetiría asiduamente: descargar pulkas, abrigarse con ropa seca, sacar hornillos y comenzar a derretir nieve para rellenar los camelbag y preparar la cena, cenar, preparar el “echadero” y dormir unas pocas horas (entre dos y cuatro normalmente), levantarnos en la madrugada, desayunar, rellenar los termos con café si no lo habíamos hecho antes, recoger el material, montar el pulka y ponernos en marcha. Las labores de cocina y montaje del campamento nos llevaban entre una hora y media y dos horas, principalmente invertidas en derretir nieve para hacer agua y desmontar y montar el equipaje.
Parada para comer
Desde la primera jornada sufrimos los efectos del exceso de carga, y nuestros poplíteos cantan en modo queja, además de ello la persistente infección de piel de Susana no tarda en aparecer. Tras levantarnos y seguir camino y de esta guisa llegamos alegremente al primer CP,  tras casi 60 millas recorridas (millas, no kilómetros, pues así miden allí las distancias. Lleva unos días hacer la cabeza a sentir el avance en millas. 1 milla corresponde a 1,6 km aproximadamente). El ritmo de avance era el deseado, pero tanto los poplíteos como la infección requerían farmacopea y aminorar la marcha y hacer descansos más largos. Así pues, y como no podía ser de otra manera nos ajustamos a la realidad y nuestro ritmo tuvo que reducirse, intentando también incrementar el tiempo de descanso para poner las piernas en alto intentando compensar en lo posible el efecto de aturdimiento sobre el retorno venoso que el frío también causaba en dos pares de piernas tropicales. Nuestra idea de partida era intentar llegar al primer corte con 24 horas de antelación, cuestión que conseguimos, como también era llegar con las horas de descanso suficientes, cuestión que se nos resistiría hasta el final.
CP1: Yentna Station
Preparados para la ventisca
El resto de jornadas se vivieron con algo más de tranquilidad y con la rutina que no nos abandonaría y que ahora podemos resumir en 18 horas de avance (gracias a las que recorríamos entre 40 y 50 km, salvo la primera jornada en la que recorrimos casi 100) y 6 de parada (de las que tan solo 2 a 4 eran de “pijama”).

Avanzar por Alaska es, a priori, algo bucólico, dan ganas de imaginarse corriendo sobre el manto blanco, ligero, efímero, con la fresca brisa acariciando los pómulos, sintiendo el olor del bosque y………¡aahhhjjjj!.....qué lejos de la realidad. Caminar con una “lumbalgia” de 35 kilos enganchada a las caderas, por nieve de distintos grosores y texturas, desde esa dura como asfalto hasta esa otra pegajosa en la que te entierras y has de ir abriendo huella, atravesando lagos interminables sobre capas de hielo que te permiten ver casi a la perfección el oscuro fondo que te llama a cada paso, cruzando bosques con árboles casi idénticos, subiendo y bajando millas y millas de toboganes en los que el trineo o te chupa hacia atrás o te pasa por encima, tapándote cada huequecito entre la ropa para que no se te meta el gélido aire, abriendo y cerrando cremalleras constantemente para regular la temperatura corporal, y un sin fin de cuestiones que hacen de esa utopía imaginaria, una cruda realidad. Y cruda (y no por ella menos sabrosa), y sin papas, nos la comimos…enterita. 
Fría mañana
Si anécdotas hay en un carrera de medio día, imagínense en una de nueve. Cuesta saberse en medio de la nada, acostumbrado a encontrar por las islas o por gran parte de otros territorios por los que hemos pisado, algo habitado al otro lado de la montaña que regala cierta sensación de tranquilidad. Tras un lago, había otro, tras una ciénaga helada seguían muchas más, los bosques nunca se acababan de pasar, los ríos se remontaban durante horas sin salir de su cauce helado, ascendías horas hacia un collado y bajabas durante kilómetros hasta un río que seguías muchos otros y dejabas por otro bosque más que no abandonabas en varias jornadas. De vez en cuando aparecía un oasis, un CP en forma de pequeño complejo de cabañas junto a un lago al que solo se podía llegar en moto de nieve o en avioneta (que aterrizaba sobre la eventual pista helada sobre las aguas), y nos volvíamos a perder en la inmensidad.
Control de firmas en Puntilla Lake
Lagos, bosques, nieve, hielo, noches estrelladas en súper alta definición, cabañas de madera habitadas y abandonadas, subidas y bajadas, huellas, muchas huellas, de bici, de trineo, de personas, de motos de nieve, de alce, de caribú, de liebre, de lobo, ……Tras levantarnos del vivac de una noche, continuamos marcha y muy cerca alcanzamos a Russell, otro participante americano, desperezándose bajo un árbol, nos contaba que quiso vivaquear un poco más lejos, en una colina cruzando el río cercano, pero cuando llegó al lecho vio claramente huellas de lobo sobre las pisadas de los participantes que iban delante, y pensó que el animal debía andar cerca, por lo que prefirió volver atrás y subirse a un árbol en el que permaneció encaramado dos horas y media armado con un spray anti-osos y un claxon, hasta que el cansancio le pudo y bajó a dormir no sin antes encender una pequeña fogata; emprendimos el camino nuevamente de madrugada alcanzando aquel río, en donde se podían ver bien claras las huellas de lobo, grandes como puños…….y también de oso (que debió pasar entre el lobo y Russell). Así de salvaje es Alaska, afortunadamente, y al menos en la historia de la ITI, solo se han registrado “ataques” de alces (no debe ser muy gracioso ver delante tuya a un caballo con cuernos encabritándose).
Otra de las fortunas de las que pudimos disfrutar sucedió la noche en la que salimos de la modesta cabaña de Puntilla Lake para subir al temido Rainy Pass, un collado a poco más de mil metros de altitud cuya dificultad técnica viene dada por las condiciones meteorológicas que encuentres en la subida hacia el collado, (durante unas pocas millas quedas expuesto completamente al viento, lo pudimos comprobar aquella madrugada), y la posterior bajada, las condiciones de la nieve y posibilidad de aludes. Poco después de abandonar el lago para coger el camino comenzamos la subida por un valle abierto, la luna brillaba casi llena a nuestras espaldas, el cielo mostraba toda su oferta de estrellas sobre nuestras cabezas, de pronto, al oeste, comenzó a desplegarse una aurora boreal que pararíamos a observar. Un lindo momento.

Efectos del agotamiento

Si hubiera que resumir la experiencia, podríamos decir que ha sido dura e intensa, más allá de lo deportivo. Dura por la manera con la que decidimos participar (cargados y autosuficientes, sin mapas, ni tracks, con la experiencia justa) y por tener que llegar en nueve días para poder estar en Anchorage con la antelación mínima para preparar la vuelta a casa. Intensa por lo vivido. Por los paisajes, por el medio, por tener que estar con un grado de concentración permanente durante muchas horas, por la falta de descanso , sufriendo síntomas por las escasas horas de reposo y el agotamiento, escuchando música de fondo, como quien parece escuchar la de un concierto en el pueblo de al lado, discutiendo con el subconsciente para hacerle entender que lo blanco era nieve y no dunas de arena sobre las que parar un ratito a dormir, viendo caras en los dibujos de la nieve como quien interpreta nubes en el cielo, incluso "viendo" a una niña con chubasquero de flores acercarme los bastones tras dejarlos en el suelo en una parada. Discusiones entre el consciente y el subsconsciente en las que la razón se salió con la suya.
 Ahora entiendo bien las palabras de Anne, cuando nos decía que ir ligeros nos haría ser más felices durante la prueba; en cualquier caso, en ningún momento me pesó el trineo más de la cuenta, como tampoco el resto de decisiones tomadas sobre la manera de afrontar a la ITI.
CP4: Rainy Pass Lodge

En condiciones de frío, sobre todo en condiciones de frío extremo los errores se pagan muy caros, y el tiempo de reacción es mínimo. Hago memoria ahora y puedo decir que he sentido más frío en los Llanos de Pargana (en la cumbre de Gran Canaria) vivaqueando sin saco hace años ya, que en la noche más fría que disfrutamos en Alaska, con una diferencia: la que hay entre hipotermia y congelación (además tampoco hubiese servido de nada buscar la carretera principal y hacer autostop). Momentos delicados hubieron, por supuesto. Pocos, unos fruto de las condiciones y otros de las decisiones poco acertadas, aún con ello seguimos contando con veinte dedos, una nariz y dos orejas (cada uno, claro).
Supongo que con los años, con la experiencia que se va acumulando, se logra poder encontrar un equilibrio entre el desafío personal y el relax relativo durante la actividad, me hubiese encantado haber podido acostarme boca arriba en uno de tantos lagos helados para disfrutar largo y tendido de las estrellas, o haberme sentado hasta ver agotarse a aquella aurora boreal verde y cambiante, o haber disfrutado más tiempo de las contadas tertulias en los checkpoint, o haber disfrutado de un café con Susana, como lo hacemos uno de tantos jueves en sincronía junto a un slackline. Está claro que el frío (y el cansancio) obliga a disfrutar de las cosas de otra manera. Los ritmos son otros ahí afuera, y a ritmo de Alaska bailamos.

Ahora, al calor de Lanzarote, las primeras noches han sucedido revueltas, despertándome a cada rato buscando el camino en la oscuridad de la habitación, cubriendo con el edredón cada parte destapada como si la nieve siguiera ahí. Intento descifrar el porqué, y creo entender que, aún no habiendo tenido esa sensación en casi toda la prueba, además del modo “sabueso”, también se conectó, sin darme cuenta, el modo “superviviencia”.



Un camino trazado y recorrido, en donde el nivel deportivo sea quizá el más fácil de alcanzar y pasa a un segundo plano (no por ello menos importante); observar, leer, estudiar, aprender. Un placer para los sentidos. Una manera de cambiar impedimentos por posibilidades de una manera completamente voluntaria y placentera. 
Sin mayores pretensiones, estas líneas tan solo son el relato personal que da vida a unos pocos capítulos de una historia cercana, pues lo que no se cuenta...no sucede.
Gracias, como siempre, a mi familia por el respeto. A Natalia por compaginar vida y entrenos y a Gara por haber aprendido a ver con normalidad este estilo de vida.
Gracias al apoyo emocionado de amigos y amigas, a Anne Ver Hoef por su tiempo, apoyo y cariño, a la mujer de facturación de Delta Airlines en el aeropuerto de Nueva York por su colaboración, a la niña por alcanzarme los bastones, a Zoe por su predisposición en Shell Lake Lodge, a Russell y a Barbara por los ratitos compartidos durante la prueba, a Tracey y a Peter por la calurosa acogida en su casa de McGrath, a Marisa por ser siempre buen puerto en los entrenos en Fuerteventura.
Gracias a Susana, por los termos vaciados (y por los que nos quedan por vaciar).
Gracias a Arista por su apoyo permanente.
Gracias al Cabildo de Lanzarote y al Ayuntamiento de Haría.

HE VISTO UNA LUZ


Faro de Fisterra
¿Cómo de intenso puede alumbrar un faro? ¿Puede ser una intención más intensa aún?

¿Cómo de lejos puede llegar la luz de un faro? ¿Pueden las piernas llegar más lejos?
Verano, 2014.
Un faro, por naturaleza, está construido para ayudar a los barcos en la noche, para servirles de guía y para advertirles de la cercanía de la costa. Nosotros no somos barcos, aunque es cierto que navegamos, y siete faros nos han servido de guía, no solo de noche, también de día.
Entre toxos
O Camiño dos Faros, al fin una prueba que recalca la palabra “camino” en su nombre. Un camino de más de 200 km a recorrer a pie por la Costa de la Muerte gallega. Desde Malpica, un pueblo pesquero, pequeño, que protege a sus barcos con el abrazo cerrado de un muelle, hasta Fisterra, el fin del mundo hace siglos conocido.

Muchos kilómetros dibujados a lo largo de los años por pescadores y caminantes, y muchos otros obligados en pocos días a aparecer bajo el poder aparente del desbrozo. Y digo aparente porque el sudor emanado por las personas que dedicaron su esfuerzo a inventar tramos para unir los discontinuos existentes, la naturaleza rápidamente lo evapora invadiendo con sus ramas ese estrecho y tímido sendero.
Frío amanecer tras vivaqueo
Participar en este evento fue cuando menos, sorpresivo. Normalmente una prueba de este calado, en cuanto a la distancia, se prepara con mucho tiempo de antelación. En nuestro caso, tan solo unas pocas semanas pasaron desde que nos enteramos de la existencia de la prueba hasta que nos presentamos en la salida. Las rentas servirían.
Técnica de carrera
Por un error de interpretación nos plantamos en Malpica un día más tarde de lo que debíamos. La participación era bastante reducida y en nuestro caso se resumía a dos participantes. Comenzamos el recorrido con el inconveniente de no tener asistencia, pero también con la tranquilidad que da que nadie te esté esperando, ni tiempos que cumplir, ni cierres de control o avituallamiento. Y así empezamos a correr sin perder de vista el gps y sin dejar de fijarnos en el paraje, por un itinerario sin balizar, salvo por unos puntos verdes pintados aquí y allá, a veces unos piececitos del mismo color. A medida que pasaba la primera noche, y que íbamos encontrando el camino, o que nos perdíamos y rectificábamos, comenzábamos a sentir esa sensación que da hacer lo que a uno le gusta, de estar en donde se quiere y de compartir con quien se quiere.
Una “carrera” con tintes de aventura, con tanto, tanto tinte, que finalmente cogió todo el color.
De faro a faro
A veces es difícil tomar la actitud adecuada entre correr (o caminar) y parar, y digo difícil por la transcendencia que personalmente tiene cada decisión. Por mucho que traten de convencerme, la velocidad no es impedimento para disfrutar con intensidad de las cosas. He llegado a pararme como dejándome llevar por esa idea, frenando mi avance y deseando que el momento “disfrute lento” acabe para seguir corriendo, vaya tontería. Cada momento debe tener su velocidad, tratándose más de una cuestión de sincronía que de otra cuestión, es decir, de ajustar velocidades, de ajustar momentos, de lograr dar con la combinación entre la cantidad de estímulos que llegan y nuestra capacidad para apreciarlos. Así, podrá haber momentos en los que todo deba discurrir lentamente para apreciarlo y otros en los que el vértigo sea la clave. Supongo que, para los que suelan escuchar música en sus salidas, entrenamientos o participaciones en pruebas deportivas, debe ser algo así como seleccionar la canción preferida en cada momento, por lo menos, y por lo poco que he hablado del tema musical, nadie hace una ultra solo con música clásica como único estilo en su repertorio, o con música heavy, o romántica, o pop. Cada uno selecciona los temas, a sabiendas, quizá de manera inconsciente, de que “necesitará” calma o activación según el estado necesitado.

Rincones
Pues así, pensando en qué hacer, nos vimos empujados por las circunstancias a seguir el mandato natural. Por un lado el terreno, por otro una recidivante infección tisular, por otro el cansancio. Aburrida sería una carrera llana sin mayor contratiempo que el estado de ánimo y el agotamiento. El terreno, en parte dibujado entre toxos -planta rastrera, dura y espinosa, que se dejó herir para la ocasión, abriendo una brecha de escasos 20 cm de ancho que obligaban a avanzar haciendo skipping-, y en parte trazado en una suerte de toboganes que enloquecían la estabilidad del ritmo. Todo ello unido al objetivo de la prueba (dar a conocer las enfermedades raras y recaudar fondos para ellas), la longitud del camino y a nuestra preparación no específica, hicieron linda la experiencia.
Momentos de reflexión
Cuando las cosas se hacen por voluntad, con gusto y con la actitud adecuada, el resultado, sea el que sea, siempre será positivo. Y así fue nuestro Camiño dos Faros. Con los contratiempos habituales, con la erisipela como compañera de viaje, cuadrando tiempos de paso para poder comer aquí y allá y comprar lo necesario (será difícil olvidar aquel desayuno de huevos con chorizo y un bocadillo de atún en pan de medio metro), durmiendo a intervalos aquí y allá (en barranqueras, en avenidas, en soportales junto a faros, y envueltos en una manta de supervivencia que tan solo eso permitió), así, así disfrutamos de lo que nos gusta. No se debe pedir más.
Acantilados, largas playas de arena blanca, rías, ríos, castros celtas, pueblos y poblados, y otros sitios que la oscuridad permitió apreciar sesgadamente, dejando pie a la intuición y a otros sentidos, como el olor del mar, el tacto del viento en la piel, el sonido de ese mar y de ese viento. Una Galicia desconocida para locales y cuánto más para foráneos. Una costa para caminarla y para sentirla.

La costa gallega
La organización de la prueba, pese a no poder “atendernos” (tampoco lo pretendíamos), estuvo en todo momento atenta a nuestro avance, acercándose a conocernos hasta algún bar de un pueblo costero. Palabras de aliento y ánimos, foto de rigor y entrega del pin de la asociación, un pin que había sido entregado a las personas participantes que habían logrado llegar al último faro. Por la información que nos llegaba acerca de la marcha de la prueba, dábamos por hecho que debió haber sido realmente emocionante.


Los detalles, o mejor dicho, las sensaciones que ellos crearon, son difíciles de trascribir y siempre marcan cada historia. Llegamos al faro de Fisterra, no sin parar un rato antes en las aguas de una playa junto al pueblo del mismo nombre. Y allí nada sucedió, al menos para nosotros. Susana tenía en su retina un faro más, el Faro C, o de Cée. Unos kilómetros más allá. Y allí acabó nuestro periplo. Con la tranquilidad y la paz de haber recorrido el camino, para ayudar a otros contribuyendo a hacerles la vida un poquito más fácil, para ayudarnos a nosotros mismos a hacernos la vida mucho más emocionante.
Vaya un sufrimiento

A FUEGO LENTO (FEBRERO 2014, UNA CRÓNICA CADUCA)


Desde que se fragua una idea hasta que se hace realidad pueden pasar muchas cosas.
Si ves una foto de dos amigos o conocidos, en la salida de una prueba deportiva, ¿qué es lo primero que se te viene a la cabeza? Probablemente el resultado de un análisis superficial, sin acritud lo digo. Podríamos decir, por ejemplo, “¡qué bien!”, o “¡qué pasada!”, o incluso un ¡qué envidia!  Pero ¿alguna vez nos paramos a analizar el camino recorrido por los personajes de esa foto? Evidentemente no tenemos porqué saberlo, y en muchos casos  ni tan siquiera nos importa. Cada uno ve lo que imagina que es, o lo que necesita ver, sin pensar si se ajusta a la realidad o no.
Nuestra foto es una foto dulce, en la salida y en la meta (una foto ficticia, pues realmente no sacamos ninguna juntos ni en un lado ni en otro, aunque esas imágenes  están bien grabadas en mi cabeza).
Para poder llegar a tomar la salida fue primera la sonrisa, de esas en las que notas cómo las orejas se mueven hacia atrás, una sonrisa al ver la prueba en una revista y sentir la necesidad de estar allí, o al menos de intentarlo. Después bastó compartir la inquietud con Susana. Pocas semanas después la cuestión estaba decidida. La prueba era compatible, con la familia, con el trabajo y con el bolsillo.
Todos aquellos que tengan una hobby, sea el que fuera, al que le tengan que dedicar tiempo, se habrán visto en la tesitura de hacer hueco para poder disfrutar del mismo. Y ese tiempo habrá de ser detraído de algún lugar. Si se vive en familia, es probable que del tiempo de dedicación familiar, y bastante tienen los miembros de la familia “sufriendo” las aventuras en las que nos metemos como para ver menoscabados los momentos comunales… Así que nosotros lo tenemos claro, le restamos tiempo al sueño y entrenamos principalmente de noche. Ese es un detalle que no sale en la foto.
Hay otros detalles importantes, como el material empleado para los entrenamientos. Como la prueba tiene algunas peculiaridades, que la hacen “distinta”, al menos para unos isleños, tuvimos que adaptarnos como pudimos, así que modificamos un trineo de recreo y un par de neumáticos de coche de diferentes pesos para ser arrastrados, simulando el  pulkka que habríamos de llevar en la prueba.  U otros detalles referentes a la ropa específica para el frío que nos llevaba a rastrear en internet hasta encontrar con la más adecuada y a un precio adecuado. O buscar vídeos o fotos de la prueba o de pruebas parecidas, estudiando todos los detalles posibles. Una labor de investigación para dos neófitos. Esos son más detalles que no salen en la foto.
Y llegó el día. Allí estábamos ya. Sobre las aguas heladas del lago principal de Rovaniemi, en un ambiente acogedor gracias, entre otras cuestiones,  al reducido número de participantes.

Si hay algo que tengo claro que me gusta de las pruebas de larga distancia, tanto en lo que se refiere a la preparación como a la realización, es la paciencia y la tranquilidad que es necesaria. Pudiera parecerse a la labor de un agricultor, que prepara la tierra y planta una semilla, teniendo los cuidados pertinentes y la ve crecer poco a poco. Estamos tan acostumbrados a ver los productos en su presentación final, que perdemos de vista el proceso, es algo así como esa idea extendida que dice que los niños y niñas piensan que la leche viene del tetrabrik y no del mamífero correspondiente. Y es esa una calma y una paciencia difícil de compartir, mucho menos cuando se acelera todo el proceso el día de la prueba con seguimiento a tiempo real. Maneras diferentes de compartir,  maneras de trasladarlos a todos (amigos, conocidos, familiares, incluso desconocidos y extraños) a la acción. Pero volvamos a esa tranquilidad y a esa paciencia. Me cuesta concebir tener prisas cuando hay 150 km por delante, al menos no más prisas que las de entrar a tiempo en cada checkpoint. En ese momento entro en modo vuelo y los únicos aparatos electrónicos que enciendo son el gps y la cámara de fotos del móvil. Supongo que cada uno se muestra en  “competición” tal cual es en su vida diaria, y en mi caso no tengo cara y ya dejé la guasa hace tiempo. Cada vez me parece tener más claro esa frase de “no sucede si no se cuenta”; ahora bien, hay maneras y maneras y las de uso más extendido me parecen irracionales, por el abuso, jamás por el uso, al menos desde la perspectiva con la que elijo vivir. Pensar tanto tiempo en segunda persona del plural creo que le resta significativamente a las vivencias en primera persona del singular. Llámenme egoísta, huraño también.
Desafiando a los dioses del frío.
Así, con la tranquilidad que da el paisaje, la lejana y puede que alcanzada meta, el ritmo y con los nervios a punto de determinarse por cambiar de tamaño (afortunadamente se hicieron pequeñitos y acabaron por desaparecer en la primera hora) comenzamos a fundir nieve a cada latido, a cada paso, con la intención clara y toda una experiencia por ser vivida. ¿Se notará eso en la foto?
Durante las horas que invertimos en recorrer tantos kilómetros, hubo tiempo para imitar una vida de sensaciones y sentimientos. Frío, calor, hambre y náuseas, risas y lágrimas, exaltación y hundimiento, charlas y silencios, luces y sombras, acercamientos y distancias, entregas y egoísmos, individuo y equipo,…
Nos jugamos la vida en la prueba, con temperaturas en las que los errores se pagan caro, perdidos en medio de la nada, orientándonos en la niebla, avanzando en medio de ventiscas, arrastrando un lastrado trineo que volcaba cada diez pasos, sintiendo quebrarse  las delgadas capas de hielo que cubrían los lagos, deshidratados, luchando contra un sueño que pretendía hundirnos en la nieve y congelarnos, aislados de todo, aislados de todos……Si es esa la idea que en algún momento han podido tener, no es esa mi foto, puede que la de otros, la que han querido ver.  Rovaniemi 150 es una prueba invernal que puede llegar a ser extrema, sobre todo si la preparación y el material son inadecuados. Nadie, ni la organización ni los participantes, desea  que nos juguemos la vida en ella. Para que se hagan una idea, he pasado mucho más frío a 13 grados bastante más al sur, que tan al norte durante la prueba a -5. Íbamos preparados para temperaturas más bajas, y temíamos zonas de overflow, de raqueteo, de placas de hielo, nuestro trineo parecía la mochila de “Sport Billye”. Íbamos cargados de soluciones para “sobrevivir” y solventar  problemas que no llegaron a presentarse (ropa y calzado de repuesto, kit de reparaciones, saco de dormir, esterilla, cocina, caldero, comida, geles, raquetas, clavos, bastones, gafas de ventisca,…) Íbamos cargados de tantas dudas como de ilusiones, con la formación y la información suficientes para atrevernos con esos peculiares 150 km.
Llevábamos de todo...
La ultra transcurrió tranquila, supongo que influenciada por el paisaje y los kilómetros. En las primeras horas se resolvieron muchas dudas, al fin pudimos comprobar que el pulkka en la nieve no se sentía más pesado que nuestros neumáticos en tierra o nuestro trineo en arena, comprobamos que habíamos acertado con el calzado, que nuestro arnés se adaptaba a las exigencias si problema, que los apaños realizados en el mismo funcionaban (bolso delantero, botelleros de bici para las cacharras, anclaje de las cuerdas del trineo), que el sencillo sistema de “amortiguación” para disipar los tirones transmitidos por el trineo a cada paso se mostraba eficaz, que el termo “retermado” mantenía el agua a la temperatura adecuada (forramos con coquilla de congelación y protegimos con cinta americana un termo de casi cuatro litros).
El primer contratiempo aparece cuando debemos afrontar un tamo corto de toboganes que serpenteaban entre los árboles de un bosque. Las continuas y cortas subidas y bajadas mostraban que el trineo no era demasiado “off-road”, pues volcaba con tremenda facilidad, además los tubos de metro y medio que servían para controlar que no se nos viniera encima en las bajadas, se nos clavaban en los muslos y hacían torpes nuestro movimientos entre tanto tronco, la carga se salía, se desajustaba todo cada cincuenta metros. No recuerdo cuánto tardamos en cruzar aquel tramo, pero ambos pensamos que si iban a haber muchos tramos del estilo, tendríamos que pensar en alguna solución (afortunadamente no hubieron muchos del estilo, y aprendimos a atar la carga de manera más adecuada, 150 km dan para mucho).
Las bicis desaparecieron desde el trompetazo de salida y el grupo de corredores y andarines se estiró desde el primer avituallamiento. El día transcurrió tranquilo, absortos en el paisaje y en las sensaciones, intentando controlar lo previsible y deseando que tanto entrenamiento y tanto trabajo terapéutico para alejarnos de la sombra de algunas lesiones amigas dieran su fruto. Nos cruzábamos con otros participantes en los avituallamientos, cargando agua y calentándose en las hogueras (pues esos eran los únicos productos) y esa rutina trajo más tranquilidad.
Cruzando un puente en la noche
Llegó  la noche, y se prolongaría durante trece horas. Y con ella los primeros síntomas de cansancio. Nos habíamos planteado dormir unas dos o tres horas si lográbamos ganar minutos a cada cierre horario en los checkpoint, sobre el kilómetro 70 ya teníamos un buen remanente que nos permitían hacerlo. Llegamos a un avituallamiento acogedor, Peruajärvi, y nos tropezamos a Julián y a Álvaro, participantes como nosotros; allí había una caseta para unas diez personas. Julián nos dice que en el siguiente punto de control hay mejor sitio para hacer parada, decidimos continuar los nueve kilómetros que nos separaban de allí. Nueve kilómetros muy largos, en los que el cansancio se multiplicaba,  la pendiente se pronunciaba y el camino estrecho y muy bacheado nos pasaba factura. Nuestro ritmo había pasado de los seis kilómetros por hora de media a cuatro, si sacamos cuentas nos salen más de dos horas para esos nueve kilómetros. Y llegamos a Kuusilampi. Habían varias edificaciones, una de ellas era una especie de tipi con una hoguera central en la que coincidimos un puñado de participantes, otra de ellas un barracón con dos sillones que hacía de cama y una estufa de leña. Pasamos un rato entrañable, a la luz de la lumbre, bañados por el humo, bromeando y compartiendo con los que llegaban, los que se quedaban y los que se marchaban. Cenamos y decidimos dormir una hora. Tras el corto sueño mínimamente reparador, volvemos a cargar el trineo, atando bien el equipaje, calentamos agua para llenar a tope los termos (nos separaban 37 km de Toramokivalo, el siguiente avituallamiento).
De noche llegamos y de noche salimos; la primera hora se prometió fresca, pues eso tiempo fue lo que nos duró la tregua de sueño en aquella bajada a través de un sendero con una nieve que se empeñaba en abrazar nuestros pies y nuestro trineo, a partir de entonces comenzaba la lucha por la vigilia, intentando distraerse cada uno en lo que podía, procurando no cerrar los ojos, o abrirlos en el momento preciso para no caerse hacia los lados. Dos almas en pena, dos zombies voluntarios que insistían en avanzar en silencio (los formalismos, los ánimos y el repertorio de canciones hacía horas se habían agotado). Las primeras luces del alba nos encuentran en un tramo de carretera secundaria, tan blanca como los caminos que hasta allí  nos había dirigido, hicimos una pequeña parada para recargar nuestras cacharras-termo forradas con un calcetín para paliar un poco más la pérdida de calor, y nos hacemos un café cuyo efecto nos permite mantener los ojos abiertos unos diez o quince segundos. Atravesamos un pequeño pueblo y comenzamos otra de esas eternas subidas (eternas por nuestro ritmo y el estado de la nieve) de ocho o nueve kilómetros y al fin, tras casi nueve horas desde nuestra última parada, llegamos a nuestra ansiada hoguera y a nuestra preciada agua. Un pequeño toldo sobre un banco de madera protegido por unas pieles de reno nos sirven de hogar durante los minutos que allí estaríamos. Nos preparamos comida caliente, tomamos nuestro último café y charlamos sobre los últimos 34 kilómetros. Parecía que el tono de la conversación denotaba que ambos vemos que el fin de nuestros pasos sería, si nada se torcía, el kilómetro 150. Parece poca distancia, si la traducimos a horas, son unas ocho, ya no parece tan poco, pero está a nuestro alcance. Salimos del checkpoint como del resto, agradeciendo en tres idiomas el trato respetuoso y tranquilo: muchas gracias, thank you very much, kiitos kiitos.
Preparando nuestra última comida caliente, a 34 km de meta

Afrontamos el siguiente tramo de subida con energías renovadas y con un nivel de cansancio que era ya compañero de travesía. Descendimos a un lago, al fin llano. Y con el llano, el viento, la nieve y la niebla. Una ventisca que escupe los copos de nieve contra nuestras caras, más que copos eran molestos “copullos” (en palabras de Susana). Salimos del lago con las últimas luces del segundo día y Susana enloquece, le entran las prisas por llegar y enciende sus piernas, comienza a correr e intento seguirla luchando contra el cansancio y la mala gana. Me pregunto qué le habrá pasado por la cabeza y no encuentro respuesta, supongo porque a estas alturas, si mando sangre a las piernas se la tengo que restar a la cabeza. Pasamos a tres participantes tan pronto como pisamos el último lago, un kilómetro antes de Porohovi, último avituallamiento a 10 km de la llegada, y allí saludamos a otro más que descansaba junto al fuego al calor de una sopa; registran nuestro paso y salimos de allí echando las mismas chispas que la hoguera. Como si fuera una corredora bipolar Susana sigue avanzando con un esquema que no alcanzo a entender (días más tarde sabría que contaba cien pasos corriendo y cien caminando). La locura transitoria acaba y afrontamos los últimos cinco km discutiendo con nuestro cansancio, nuestras molestias, nuestros dolores. Salimos del lago para recorrer los últimos cientos de metros que nos separan del hotel en el que está el final de la prueba. Registran nuestra llegada, nos felicitan, y proceden protocolariamente. Subimos a la habitación y nuestra cabeza deja de oponerse a nuestro estado, caemos rendidos, desclavados, desencajados, doloridos, torcidos…..supongo que es así como se llega después de haber recorrido 150 km por nieve tirando de un trineo.

Tanto tesón, tanta energía invertida, tanta alegría, algunas penas…….para no ganar, para no hacer puesto, para….¿para qué? (de justicia es comentar que Susana sería la primera mujer en llegar a meta). Muy común es la pregunta entre los desconocidos, los menos conocidos y algún conocido de “¿ganaste?”, o “¿en qué puesto quedaste?”, seguido, si hubo respuesta a las cuestiones anteriores, de un “seguro que podías haber ido más rápido”, o de un “no fuiste más rápido porque no quisiste”. Cómo me gustaría escuchar un “¿disfrutaste?”, o un “¿encontraste lo que buscabas?”. Y si les dijera que encontré lo que fui a buscar, y que avancé al ritmo que quise, y que gané, ¡vaya que si gané!  No relativizo la cuestión, pues no creo que se trate de eso, tan solo grito calladamente que no todos buscamos lo que la mayoría, que no todos nos dejamos llevar por la cantidad sino por la calidad de los retos personales. ¿Se han fijado alguna vez en los podios de determinadas modalidades deportivas?...sucede, al menos lo parece, que el primero está muy contento de subir a los más alto, que el segundo está frustrado, triste, y que el tercero está casi tan contento como el primero. Claro, el segundo perdió la final con el primero y el tercero ganó el bronce con el cuarto clasificado. De ahí las caras. ¿Por qué fustigarnos con un oro inalcanzable?, si casi todos somos bronces. ¿Por qué seguimos preguntando por el puesto?, ¿por qué insistimos en justificar nuestras actuaciones deportivas si no alcanzan las expectativas externas (y puede que sí lo hayan hecho con las internas)?. Todo esto para decir que si alguna vez ganamos (eso que muchos llaman ganar) probablemente fuera circunstancial, y si no ganamos, en muchas ocasiones es porque no pudimos y en otras, la menos, porque no quisimos, porque no hace falta llegar primero para hacerlo. Total, ¿para qué?, para decir siempre que gané.

¿Se han planteado por qué tiramos revistas a la basura y no hacemos lo mismo con los álbumes de fotos? Podría ser porque al final, las fotos de las revistas, por mucho que nos gusten, terminan por no significar nada, por no transmitirnos nada, no vemos más allá, es tan solo una un alto y un ancho. Sin embargo, nuestras fotos, las de nuestras vivencias, son capaces de recordarnos todo aquello que no se vé, pero que está, además del alto y el ancho, somos capaces de ver el fondo (uno real, no supuesto). Las fotos ajenas sirven de motivación, pero son las que uno hace las que realmente cobran significado, y para ello no hace falta ser buen fotógrafo, tan solo una cámara y la intención.
Muchas gracias a todas las personas que aparecen en mis fotos
Ahora, sonrían, por favor……click!